Llevo un poco más de una semana fuera del aire por culpa de una conjuntivitis adquirida en aras de terminar una gran cantidad de trabajo pendiente en menos tiempo del necesario. Para mi, que cuento con una degeneración de la cornea conocida como Keratocono, que me imposibilita usar lentes convencionales, ha sido una semana de oscurantismo casi total.

Y digo casi total, por que forzando la vista, podía ver un poco de las cosas que quería. Así revise mis emails más importantes, contesté varios de ellos y hasta hoy me he atrevido a escribir este post. Pero eran esfuerzos consientes, a propósito. Yo veía lo que quería ver. Y ¡oh sorpresa! Me di cuenta de que esa era la respuesta a algo que me inquietaba en esta semana. Recapitulemos.

Hace una semana, de viaje en Las Vegas, para un evento de IBM sobre software para negocios y del cual les debo una interesante crónica (#ibmimpact), tropecé con un muy buen grupo de amigos periodistas. Uno de ellos venía con la decisión tomada de comprar un iPad –lástima no le ganamos a los casinos, porque hubiéramos comprado docenas, según el plan original. Al mostrarles el iPad a los demás se generó una reacción en cadena que hizo que otro más se lo comprará –junto a un Macbook– y un tercero lo intentará aunque sin éxito –se acabó la existencia. En el ínterin yo, admirador declarado de Apple, probé uno y lo halle sorprendentemente rápido, pero un poco pesado y preferí esperar. Ellos, usuarios de PC en su mayoría corrieron a comprarlo.

La anécdota se completó cuando uno de los dos “IBM guys” que estábamos entrevistando durante un almuerzo –les juro que no fue mi idea, el almuerzo es y deberá ser siempre sagrado– declaró haberse comprado un iPad y generado una estampida de compradores entre sus colegas, mientras que su compañero todavía preguntaba para que servía , que si pensaba que podía reemplazar su notebook, y otras cosas por el estilo.

Les confieso que ver esa discusión entre IBMers me sorprendió un poco, y me dejo algo intranquilo –recuerden que IBM es la empresa que más patentes registra cada año, al tiempo que tiene una de las culturas corporativas más marcadas de la industria—pero hoy recién lo entendí.

Se trata de una conjuntivitis tecnológica. No se tiene el tiempo, poder, capacidad o como lo llamen para ver el potencial de todo lo que pasa por delante, y –como yo con mi conjuntivitis– se debe realizar un esfuerzo consciente para querer ver lo que hay en un dispositivo como ese. Y nos pasa a todos, no sólo a los que menciono en esta historia. Es la misma conjuntivitis que me alejo de twitter unos meses después de crear mi cuenta. O la misma que me hizo tomar más de un año para arrancar hablandodeti.com esperando que otros me acompañaran en esta tarea.

Es una conjuntivitis que no se cura con dosis de tobramicina, pero sí con un poco de apertura tecnológica –¿o será mental?

En fín, espero que mañana el doctor me levante el castigo y me permita al menos colocarme uno de mis lentes, para poder seguir viendo el mundo sin limitaciones, y poder estar entonces hablandodeti.