Leo en Mashable un estudio acerca de como el uso de Facebook afecta a los adolescentes, haciéndolos en muchos casos perder capacidad de concentración, disminuir las calificaciones en los estudios y hasta ayuda a desarrollar “narcicismo” en algunos de ellos.

Si bien el estudio al que se refieren en Mashable rescata a favor del uso de Facebook el que este genera en los jóvenes la capacidad de ser más empaticos con sus relacionados, no me quiero quedar en el tema de los adolescentes que fueron estudiados en ese informe, sino más bien hablar un poco del día a día de nosotros.

Y es que el triangulo de las Bermudas digital en que se han convertido Facebook, Twitter y Gmail –ponga aquí el nombre del proveedor de correo electrónico que use—traen perdidas millonarias a las empresas. En estos días leía otro estudio que señalaba que más del 30% de los correos que generamos son innecesarios, y muchos de los restantes resultan poco apropiados o no son eficientes. Si a esa baja efectividad le sumamos el tiempo consumido en revisar si llegó algún correo nuevo –uno cualquiera, no alguno en específico—y los minutos invertidos en chequear lo que algunos amigos colocan en sus estados de Facebook, más las hora dedicadas a intentan ponerse al día con el timeline de Twitter –que probablemente refleja actualizaciones de más de un millar de usuarios— pues nos daremos cuenta que lo que queda para trabajar es poco.

Este síndrome es más común aún entre los que tienen la casa por oficina. Y aquí hablo por experiencia. Si bien en una oficina uno puede sentir algún tipo de pudor por tener abierta alguna ventana con redes sociales, en casa no existe ese muro de contención, y se suele tener no una, sino varias páginas abiertas. Y lo peor del caso es que con solo tener abierta una ventana de correo sería suficiente, ya que la mayoría de las personas tienen sus redes sociales configuradas para que les avisen de los cambios más importantes, o de cuando alguien los menciona.

Al igual que el temido Triangulo de las bermudas, esta versión digital nos imposibilita realizar tareas normales, nos enceguece y a veces nos hace hasta olvidar que es lo que estábamos haciendo antes de caer en el. Al igual que aquel en el mar del este de la Florida, el tiempo aquí se desvirtúa. ¿Cuantas veces no se ha pasado apenas un ratito por las redes sociales a ver “que está pasando” y cuando vuelve a ver el reloj han transcurrido tantas horas que ya debe irse de la oficina, pero eso si, con una larga lista de pendientes para el día de mañana que incluye las actividades que no hizo hoy. Y lo peor de todo es que al día siguiente tempranito, antes de comenzar a trabajar de seguro que a sus oídos llegar una vocecita que dice: “deberías entrar primero a Facebook y Twitter y ver si alguien ha estado hablandodeti”.